Plataforma para la construcción de redes latinoamericanas en educación
Mirada crítica a la Web 2.0
Jue, 10/11/2011 - 18:02.
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Por Álvaro Montes
Editor Diálogos en educación
El término “Web 2.0” fue acuñado por la empresa norteamericana O’Reilly Media en el año 2004, cuando ésta se percató de la popularidad que ganaban entonces ciertos sitios de Internet que diferían sustancialmente de las páginas Web tradicionales, porque no ofrecían contenidos sino servicios gratuitos de comunicación con otras personas y de publicación de información personal por parte de los usuarios. My Space, Blogger, YouTube, Flickr, entre otros, eran los más populares. El concepto Web 2.0 incluye también el auge de Internet como plataforma de aplicaciones, es decir, la creciente ola de programas que ya no se instalan en el computador del usuario sino que están disponibles para ser disfrutados desde Internet, a través del navegador, como por ejemplo el correo electrónico Gmail y miles de otras aplicaciones, hasta llegar al actual concepto de computación en la nube, adoptado en el mundo corporativo.
El vaso medio lleno consiste en encontrar aquí un escenario de democratización de la información; con la emergencia de los blog, cualquiera puede publicar contenidos en Internet y los grandes medios de comunicación perdieron el monopolio exclusivo de la noticia y la opinión. Los costos económicos de publicar son ínfimos y al alcance prácticamente de cualquier persona con acceso a un PC e Internet. De hecho, el mundo conoce numerosas experiencias exitosas de “bloggers” que llegaron a hacerse un lugar en el mapa de los medios de comunicación (Huffington Post es un buen ejemplo de ello). En algunas propuestas muy Web 2.0, como Digg, son los usuarios quienes determinan qué es noticia y qué no, de acuerdo con sus votaciones, y el sistema de sindicación de contenidos RSS convirtió a Internet en un flujo permanente y personalizado de información, que retó a los medios tradicionales que ofrecen contenidos homogéneos para todo el mundo.
El vaso medio vacío
Tim O’Reilly, el padre del concepto Web 2.0 lo acuñó justamente cuando el capitalismo intentaba resucitar de su crisis de finales de los noventa a la llamada “burbuja punto com”, un intento de especulación financiera gestada en Wall Street a partir del auge de los grandes portales de Internet de esa época. Empresas productoras de contenidos digitales (Yahoo, Lycos, Starmedia en el caso latinoamericano, entre muchas otras) fueron sobrevaloradas en bolsa, recaudaron sumas astronómicas de inversionistas ingenuos que vieron en ellas el negocio del futuro, y finalmente se desinflaron con el estallido de la “burbuja punto com” en el año 2000. Las grandes cantidades de tráfico que generaban tales portales nunca llegaron a convertirse en facturación real, los anunciantes no creían en Internet como medio y la caja registradora no llegó a sonar como los fundadores de los portales habían prometido a los inversionistas. Fue un gran desastre del que quedan inolvidables historias de negocios fracasados. Y resulta inevitable pensar en ello cuando las grandes firmas de Wall Street anuncian hoy que Facebook vale ¡60.000 millones de dólares! Una empresa que logra facturaciones de apenas 2.000 millones de dólares no puede ser valorada por 60.000, a menos que una nueva burbuja esté siendo fraguada desde los santuarios de la especulación financiera norteamericana. La salida a bolsa de Facebook se ha pospuesto varias veces, debido a la crisis de los mercados internacionales y cada vez son más las voces de analistas que miran con recelo la exagerada sobrevaloración que se da a ciertas redes sociales sobre las que la economía estadounidense parece tener muchas esperanzas.
Una burbuja punto com consiste en vender proyectos Web no por el dinero que producen, sino por el que prometen producir. Hace un par de años, Microsoft ofreció comprar Yahoo por 44.600 millones de dólares; los directivos de Yahoo rechazaron el ofrecimiento argumentando que el portal y buscador vale mucho más que eso por “nuestra marca global, gran audiencia mundial, recientes inversiones, potenciales ganancias y crecimientos futuros”; es decir, por lo que promete ser algún día, no por lo que es hoy. Así se valoran Facebook, Twitter y otras, cuyos propietarios rechazan con frecuencia ofertas de compra esperando a que el valor de su compañía engorde mucho más. Microsoft adquirió hace poco el sistema Skype – que a pesar de su gran popularidad tan sólo recauda algo más de 500 millones de dólares en facturación - por la suma de 8.000 millones de dólares.
Entonces, es claro para mucha gente, que el auge mediático de las redes sociales, al menos de aquellas comercialmente más exitosas, está vinculado de algún modo con los intereses del sector financiero internacional, especialmente de Estados Unidos, que necesita una nueva burbuja especulativa que movilice grandes capitales y reanime los mercados.
Pero las críticas no llegan sólo desde la economía. Hugo Pardo, reconocido investigador de la Universidad de Vic, advierte en sus trabajos recientes varios aspectos muy importantes “observando más allá de la moda de la novedad” (Una visión crítica de la Web 2.0 desde la educación: la eterna utopía del aprendizaje en red, en Web 2.0: nuevas formas de aprender y participar. Barcelona, Laertes Educación, 2009). Lo primero que nos propone Pardo es que hagamos conciencia que toda comprensión de la historia de las tecnologías debería trascender las lecturas inocentes y exultantes, ya que las mejores tecnologías y usos para el bien público no fueron ni son siempre, las mejores para el beneficio corporativo. “Muchas veces se confunden y mezclan los imperativos comerciales con las necesidades de los educandos. Es complejo distinguir análisis honestos sobre la real relevancia de las nuevas aplicaciones colaborativas de Internet. La mayoría de la industria está por la labor de obtener mercados y masa crítica de usuarios y en algún caso en imposibilitar que ideas más económicas y eficientes compitan en mercados cautivos”.
Y señala los siguientes elementos críticos de la revolución Web 2.0 que los educadores deberían considerar:
Imposición de usos y valores. Los individuos con dificultades para adaptarse a las nuevas aplicaciones “quedan postrados en la obsolescencia” cultural, porque las nuevas aplicaciones traen consigo unos valores y un “espacio normativo de prescripción”. El adolescente que se siente libre en la red social, en realidad está prisionero de un nuevo sistema.
Nuevos formatos de discriminación. La población off line y las culturas analógicas están quedando fuera de la “nueva sociedad” que el capitalismo quiere construir.
Costes de inversión en infraestructura tecnológica. La Web 2.0 consume muchos más recursos de conectividad, ancho de banda y capacidad de cómputo que la Web tradicional. Entre los mayores calentadores del planeta se encuentran los descomunales sistemas de data centers de Google, para alojar sus numerosos servicios en la nuble (Youtube, entre otros). Las instituciones educativas se ven presionadas a mayores inversiones en infraestructura, cada vez más frecuentes, para garantizar su actualización tecnológica. Sólo las grandes instituciones con poder económico pueden sostener tales ritmos de inversión.
La sobreabundancia informativa. La gran paradoja de la sociedad de la información radica en que mantiene en la mayoría de usuarios una incapacidad para comprender y clasificar la enorme cantidad de información disponible. Se requieren esfuerzos notables de alfabetización digital muy profunda para moverse con inteligencia y autonomía en los nuevos sistemas, los cuales generan una peligrosa sensación de estar suficientemente informados.
El pensamiento beta. Los artículos de los periódicos se volvieron cortos y superficiales, basados en las investigaciones que demuestran que la gente no lee mucho en Internet, sino que apenas ojea los textos. Hay una abundancia fenomenal de blogs, pero ¿cuántos de ellos realmente ofrecen contenidos interesantes, bien pensados, bien escritos …? ¿Cuánto de la avalancha de contenidos puestos a diario en las páginas de Facebook podemos desde la educación clasificar como sustancioso?
El culto a lo amateur. “La revolución Web 2.0 está llevándonos a una observación superficial de la realidad más que a un profundo análisis de la misma”, señala el autor.
Loser generated contents. Citando a Peterson (2008), quien ironiza sobre la noción de user generated contents (contenidos generados por los usuarios), Pardo señala que “Los contenidos generados por el usuario se convierten en contenidos generados por los perdedores del sistema. Los usuarios, los únicos actores que no ganan en la economía de Internet. Vale matizar que por un lado existen usuarios productores con un mayor volumen de participación y creatividad. Pero por otro, también existe una mayor explotación por parte de las nuevas compañías sobre los contenidos generados por los usuarios de forma gratuita. El autor señala que muchas veces la arquitectura de la participación se torna una arquitectura de la explotación”.
Tecnologías relacionales al gusto del usuario. Hugo Pardo ve en la tan elogiada posibilidad de tener identidades nuevas y múltiples en la red, “interfaces narcisísticas donde mostrarse y rediseñarse uno mismo más allá de lo que somos o creemos ser”.
La sensación de democracia
Foucault solía advertir que el capitalismo genera una sensación de libertad que no guarda relación alguna con la realidad. Internet – y en especial la llamada Web 2.0 parece ser un buen ejemplo de ello. Las observaciones de Barabasi, o las de David de Ugarte, nos advierten acerca de la falsa democratización que supone la Internet de las redes sociales. Las redes sociales tienen dos leyes: 1) crecimiento, mediante el cual se agregan nuevo nodos a la red; 2) adjunción preferencial, por el que la gente se enlaza con los nodos más conectados. Los actores con más enlaces tienen mayor posibilidad de crecer y crear nuevos nodos, de tal manera que los demás actores quedan relegados en la red. Son los líderes de opinión, generadores de tendencias y modas, y los más opcionados a beneficiarse de la publicidad. Los demás – que son la mayoría de los miembros de la red – se convierten en lo que David de Ugarte llama “seguidores” en la “cultura de la adhesión”. Twitter es un magnífico ejemplo, pero también Facebook. Él encuentra en la era de los blogs, que tuvieron auge especialmente entre el 2002 y el 2005, una interesante expresión de participación democrática en la red, porque se trataba todavía de una red distribuida.
“De 2005 a 2007, los años del dospuntocerismo, el foco mediático recaerá sobre la Wikipedia, Digg y otros servicios web participativos: agregadores de contenidos cuyo crecimiento insinúa una arquitectura de red descentralizada. Discursos que exaltan la cultura de la participación. Pero participar no es interactuar. Los nuevos servicios dospuntoceristas se piensan desde la generación artificial de escasez: votar, decidir entre todos los que pasen por ahí la importancia de una noticia o la relevancia de una entrada enciclopédica y, sin tener en cuenta la identidad o los intereses de nadie, producir un único resultado agregado para todos. . El rankismo y el participacionismo se convierten en arietes de una mirada sobre la red donde se recupera la divisoria entre emisores y receptores.” (Ugarte, Los futuros que vienen, en http://lasindias.org/los-futuros-que-vienen).
Según Ugarte, la tendencia anteriormente descrita, que cambió la topología de la red desde un modelo distribuido y democrático hasta un modelo centralizado basado en la cultura de la adhesión, llega a su corolario con Facebook y Twitter: “Desde 2008, Facebook y Twitter, dos redes centralizadas basadas en la cultura de la adhesión, se convierten, en parte gracias al tranquilizador reenfoque obamista, en los favoritos de la prensa del mundo. Sus usuarios crecen exponencialmente y hasta el Departamento de Estado recomienda a los disidentes iraníes que los utilicen -en lugar de los blogs- para coordinar sus protestas”.
En síntesis, esta mirada encuentra en las redes sociales comerciales de moda (especialmente Facebook y Twitter) una regresión hacia formas de socialización centralizadas y controlables, empujadas por los medios de comunicación y por empresas cuyo objetivo es lograr finalmente lo que tanto trabajo ha costado a la economía de mercado: domesticar Internet y hacerla rentable.
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